Juan Carlos Gavira Tomás, Universidad de Castilla-La Mancha y Abel González González, Universidad Europea Miguel de Cervantes
Los trastornos alimentarios son una realidad compleja y, a menudo, subestimada. Comúnmente se asocian con adolescentes y adultos jóvenes que sufren problemas psicológicos relacionados con una insatisfacción por su imagen corporal, desencadenantes de patologías como la bulimia o la anorexia.
Pero los adultos mayores también pueden experimentar importantes alteraciones en su relación con la comida. En este grupo, la imagen pasa a un segundo lugar, y desempeña un papel muy importante la pérdida de facultades físicas debidas a la edad. Asimismo influyen los cambios de condiciones sociales y económicas de esta etapa de la vida.
Cuando alguien de avanzada edad no come, lo más fácil es pensar que no le gusta nada o que se ha vuelto muy delicado. Técnicamente, puede sufrir lo que se conoce como hiporexia, una pérdida de apetito característica en personas mayores que puede deberse a múltiples causas: psicológicas (ansiedad, depresión…), fisiológicas (deterioro de los sentidos del gusto y el olfato, efectos de diversas enfermedades…), etcétera.
A continuación nos detendremos en uno de los factores más determinantes: la dificultad para masticar bien.
“En mucho más se ha de estimar un diente que un diamante”
En El Quijote, Miguel de Cervantes expresa por boca del hidalgo caballero la importancia de conservar los dientes. Podemos verlo en el episodio que narra la dura batalla con unos pastores en la que sale maltrecha su hasta entonces perfecta dentadura.
“En toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído ni comido de neguijón ni de reuma alguna”, exclama don Quijote. Y al comprobar Sancho su lamentable estado, se lamenta: “¡Sin ventura yo! qué más quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada. Porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante”.
No es exagerado que el Caballero de la Triste Figura comparara el valor de sus muelas con el brazo de la espada. Junto con las glándulas salivares y los músculos, son los órganos fundamentales de la masticación, la primera fase en el proceso de alimentarnos.
Así, al masticar, trituramos el alimento y estimulamos la secreción de saliva, que contribuye a saborear lo que comemos. La comida reduce el estrés y mejora el bienestar. Es un momento muy importante del día durante el que se estrechan las relaciones humanas.
Siendo jóvenes no pensamos que, con el paso de los años, nuestro organismo inevitablemente se irá deteriorando. Perderemos dientes y facultades para masticar. No somos conscientes de que para los adultos mayores la hora de compartir la mesa cambia radicalmente.
Pocas visitas al dentista
Además, las personas de más de 65 años vivieron unas circunstancias muy particulares. En 1960, por ejemplo, había en España 1 469 dentistas, en comparación con los más de 42 000 que hay actualmente. No existía la cultura de la higiene dental. La visita al dentista era poco frecuente y en la mayoría de los casos suponía la extracción de piezas dentales.
A esto hay que añadir una mayor esperanza de vida y que, con el uso, “las piedras del molino” se van deteriorando.
A primera vista parece un hecho irrelevante, pero desencadena en el organismo una cascada de consecuencias. Cuanto mayor es el deterioro, mayores son las respuestas y más afectan a la salud general y al estado de ánimo.
La pérdida de los dientes impide triturar los alimentos, y no masticar impide que se estimulen las glándulas encargadas de producir saliva. La comida mal masticada está formada por trozos grandes y sin mezclar con dicha saliva, lo que retrasa la digestión y la asimilación.
Entonces, los alimentos pasan rápidamente al estómago, donde los ácidos gástricos tienen que redoblar esfuerzos para que los nutrientes estén disponibles y hagan su función de regeneración y reparación celular.
Las consecuencias son: disfagia por la dificultad al tragar (aumentada por algunas enfermedades neurológicas como el párkinson), falta de saliva (agravada por ciertos medicamentos), acidez o meteorismo. Esto desencadena un malestar físico y desánimo con el momento de comer.
Una reparación a veces inviable
La solución pasa por la reposición de los dientes perdidos mediante prótesis. Sin embargo, para los adultos mayores, muchas veces resulta inviable esta reparación, debido a varias causas: la pérdida o el deterioro de los tejidos de la boca, el cambio de domicilio a una residencia o la escasa cuantía de la pensión.
Además, el organismo responde a la ausencia de dientes con una recesión de los maxilares que dificulta el soporte adecuado de la prótesis. La reabsorción del hueso mandibular hace que el canal del nervio dentario quede en una localización muy superficial, y la presión de la restauración puede provocar heridas y un dolor insoportable al masticar.
Todas estas circunstancias hacen que, para las personas mayores, el importante acto de la comida pase de ser un placer a una tortura. Esto obliga a realizar cambios en la dieta, priorizando productos más fáciles de masticar, pero menos nutritivos. También afecta a las relaciones sociales, por la incomodidad al mostrar sus dificultades para comer. Las consecuencias físicas y psicológicas son muy importantes.
El ritual de la comida
En conclusión, prestar atención a las dificultades para masticar de los mayores puede ser determinante para evitar muchos problemas físicos y psicológicos. Los trastornos alimentarios pueden tener consecuencias graves, como desnutrición, pérdida de masa muscular, debilitamiento del sistema inmunológico y deterioro de la calidad de vida.
Reconocer, valorar y tratar la capacidad para masticar es esencial. Participar del ritual de la comida favorece la salud y el estado emocional. Una vejez saludable y digna necesita compartir este importante momento del día.
Juan Carlos Gavira Tomás, Doctorando en Ciencias de la Salud, Universidad de Castilla-La Mancha y Abel González González, Profesor de la Facultad de Ciencias de la Salud., Universidad Europea Miguel de Cervantes
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.