Alberto Bermejo Cantarero, Universidad de Castilla-La Mancha
El potencial de las redes sociales en el ámbito de la salud es innegable. Plataformas como Twitter (ahora X), YouTube, Facebook, Instagram y TikTok han democratizado el acceso a información sobre prevención, tratamientos y hábitos saludables, además de permitir la creación de comunidades de profesionales y pacientes que comparten experiencias, dudas y apoyo emocional. Esta interacción puede mejorar el cumplimiento de los tratamientos y contribuir al bienestar de quienes conviven con enfermedades crónicas.
También se han revelado como una herramienta poderosa para la divulgación científica. Profesionales sanitarios e investigadores pueden comunicar hallazgos, combatir bulos y ofrecer orientación directa al público general.
Bulos atractivos y convincentes
Sin embargo, esta misma rapidez con la que se difunde la información se convierte en un arma de doble filo cuando los contenidos no están debidamente contrastados. La desinformación circula con facilidad y puede llegar a millones de personas en cuestión de horas antes de ser desmentida. Noticias falsas, teorías pseudocientíficas o consejos sin base clínica se presentan de forma atractiva y convincente, dificultando que el usuario medio distinga entre información fiable y contenido engañoso.
Un ejemplo reciente podemos verlo en el estudio de 2025 de la Universidad de Sídney (Australia), que analizó cerca de 900 publicaciones en Instagram y TikTok en las que influencers promocionaban pruebas médicas como escáneres corporales completos o un “test del temporizador de los óvulos” para predecir la fertilidad futura. Más del 80 % de estos mensajes tenían un tono claramente promocional y apenas mencionaban las limitaciones o la ausencia de evidencia científica.
A su vez, en España se han documentado más de 500 bulos de temática sanitaria difundidos en redes sociales, como la promoción de supuestas terapias “naturales” contra el cáncer, infusiones de bicarbonato o dietas milagrosas. Muchas de estas patrañas estaban construidas sobre fuentes aparentemente fiables, pero manipuladas o descontextualizadas.
La confidencialidad, en entredicho
Uno de los mayores retos para los profesionales de la salud es proteger la confidencialidad del paciente en entornos digitales. Aunque existan normativas claras de protección de datos, compartir imágenes, anécdotas clínicas o casos –aunque sea de manera anónima– puede suponer una vulneración de derechos fundamentales.
A esto se suma una realidad preocupante: muchas plataformas digitales no cuentan con políticas suficientemente estrictas para garantizar la privacidad de la información sanitaria. El resultado puede ser la filtración de datos sensibles o su uso indebido con fines comerciales, sin que el usuario sea plenamente consciente de ello.
Varios casos recientes ponen de relieve la fragilidad de la privacidad en entornos digitales. Revisiones de apps de salud femenina han mostrado que gran parte de estos servicios recopilan y comparten datos íntimos con terceros sin políticas claras ni consentimiento informado. En España, una brecha en la Sociedad Española de Oncología expuso la información clínica de más de 2 000 pacientes, mientras que en Suecia una farmacia fue multada con 3,2 millones de euros por enviar datos sensibles a la compañía Meta sin avisar a los usuarios.
La formación en ciberseguridad y ética digital debe ser una prioridad en el ámbito sanitario para garantizar una adecuada gestión de la información. Saber cómo, cuándo y qué compartir (y qué no) en redes sociales debe ser parte del currículo formativo en todas las disciplinas sanitarias.
La sobreexposición de los profesionales
En los últimos años ha surgido también una presión creciente hacia los sanitarios para que mantengan una “presencia activa” en redes, ya sea compartiendo contenido educativo, resolviendo dudas o participando en campañas de concienciación. Si bien esta labor puede tener un impacto positivo, también conlleva riesgos de sobrecarga, fatiga digital y desgaste emocional.
La interacción constante, los comentarios malintencionados o la exposición pública a críticas afectan al bienestar de muchos profesionales. Es necesario reconocer estos riesgos y encontrar formas de apoyarlos, sin exigir una implicación digital que acabe perjudicando su salud mental o su desempeño clínico.
¿Y la inteligencia artificial?
Un fenómeno emergente que añade complejidad al panorama es el uso de la inteligencia artificial (IA) en la búsqueda y difusión de información sanitaria. Herramientas como asistentes virtuales, chatbots o motores de búsqueda con IA están transformando cómo accedemos a datos médicos. No obstante, su fiabilidad depende de la calidad de los contenidos con los que han sido entrenados.
Además, los algoritmos tienden a personalizar la información que muestran, reforzando creencias previas en lugar de ofrecer contenidos basados en evidencia. Este sesgo de confirmación, amplificado por la tecnología, puede agravar la difusión de bulos y generar desconfianza en las fuentes oficiales.
¿Qué podemos hacer?
Ante la creciente influencia de las redes sociales en el ámbito de la salud, resulta primordial fomentar un uso responsable y consciente de estas plataformas. Es necesario desarrollar estrategias para combatir la desinformación mediante la verificación de contenido y la educación en alfabetización mediática.
Las campañas de concienciación pueden ayudar de manera efectiva en este sentido, educando a los usuarios sobre cómo evaluar la credibilidad de la información que consumen y comparten. Además, los profesionales de la salud deben asumir un papel proactivo en la difusión de contenido veraz y basado en evidencia.
Es necesario establecer normas claras para proteger los datos sanitarios en entornos digitales, garantizando la confidencialidad del paciente. Las plataformas deben aplicar políticas más estrictas y asumir mayor responsabilidad frente a los contenidos engañosos o peligrosos para la salud pública.
El desafío consiste en encontrar un equilibrio entre el aprovechamiento de las ventajas que ofrecen estas herramientas y la protección de la privacidad y la ética profesional. Con un enfoque crítico y regulado, las redes sociales pueden convertirse en un recurso poderoso para la educación y la comunicación sanitaria sin poner en riesgo la integridad de la información
Alberto Bermejo Cantarero, Profesor Ayudante Doctor. Enfermería. , Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.